Tuesday, October 24, 2006

Las canciones forman parte de nosotros mismos

El poder de una canción:

LLEIDA IAN NABOURIAN

Los ejércitos marchan victoriosos, y en su subconsciente colectivo navega la idea de imponer por la fuerza un ideal que pone a su patria por encima de la tierra que sus botas pisan. Perdido entre el pelotón, algún que otro soldado, siempre los menos, siente remordimientos por mancillar el honor de una tierra que bien podría ser la de alguno de sus ancestros. Mientras, en el interior de alguna taberna, entre humos, alguien aviva el fuego de la libertad atreviéndose a cantar una vieja canción sentimental. Siempre es la misma vieja canción prohibida, maldita por vieja y arraigada. Las notas lastimeras se confunden con el ruido de las botas contra la calzada, pero éstas no pueden acallar el grito de libertad que ya ha prendido en el corazón de todas las mujeres y hombres que moran en esa desvencijada taberna. Poco a poco, muchos otros moradores de otras tabernas van aunando su lastimera voz extendiéndose lentamente por toda la tierra ocupada. Ahora las botas saben que no podrán acallar la verdad y que más temprano que tarde dejarán de sentirse sus insolentes pisadas. Es ese el instante exacto en que el invasor duda por primera vez de su ideal, y la palabra cantada comienza a vencer a la fuerza de las armas.

Bien entrada la noche, cada una de esas almas que a primera hora estaban vencidas, volverán hacia sus casas con la moral como arma y el ansia de libertad como munición. Ha nacido la revolución de la verdad, la misma que los llevará hacia la libertad. Ellos aun no son conscientes de ello pero en su interior mora la semilla de la resistencia. Los invasores subestiman a sus súbditos, e ignoran que es infinitamente mayor el poder de la resistencia que el de la lucha. No saben que a los guerrilleros les sigue en la retaguardia un sin fin de resistentes que portan la razón como única arma. Pero ¿Cuándo los soberbios han creído que la razón constituye un peligro?

Mientras la noche cae y las últimas tropas se retiran a sus cuarteles, algún que otro soldado, ahora cada vez los más, se preguntan qué están haciendo lejos de sus hogares. Sus pensamientos están con los que se han quedado en casa, piensan en sus novias, hermanas y madres y en qué harían ellos si el azar hubiera querido que fuera su tierra la usurpada. Otra vez la nostalgia se apoderará de sus almas, ellos que fueron aquellos jóvenes que enarbolaban la bandera de una falsa libertad. Entonces mirarán a sus corazones y verán que no son tan diferentes de ese viejo enjuto que cantaba en la taberna del pueblo, y desearán unirse a su canto de libertad, aquel que los devolverá a casa de nuevo. Por fin la semilla de la razón se ha hecho un lugar en el corazón del invasor y en la próxima primavera germinará dando lugar a millares de flores que nacidas del odio ondearán en el cañón de cada fusil, mientras las tropas vuelven a sus hogares, cantando junto al pueblo antes subyugado esa vieja canción libertaria, y juntos demostrarán el poder de una canción.

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