Friday, March 30, 2007

De joven pensaba cuan alineante podía ser la semana santa, una celebración caduca cada vez más chirriante en este siglo, poco más que una espectáculo folclórico e incongruente. El miércoles santo un nazareno blanco y carmesí ganó en la calle Tetuán una pequeña batalla: cuando se le acercó Irene la pequeña a pedirle cera, negó con la cabeza, pero le hizo un gesto para que esperase, se rebuscó algo entre los pliegues de la túnica y le entrego un pequeño objeto reluciente. Irene se quedó boquiabierta, se volvió para enseñárnoslo… era una insignia dorada de la Hermandad de Las Siete Palabras. Julia lastimeramente gimió de envidia, su hermana pequeña sin mediar palabra le entrego el pequeño objeto dorado y resuelta regresó al lado del nazareno que en ese momento estaba siendo acosado por varios chiquillos. Imagino que le explicaría que quería otra para su hermana porque el penitente negó en principio, pero a los pocos instantes alargaba de nuevo la mano. Irene regresó exultante casi dando saltos, abrazándose a su hermana le dijo “¡¡¡Nos ha dado un tesoro a cada una…!!!.

El Jueves Santo el cielo prometía lluvia, esa tarde pintaba muy mal, les hice mi propuesta….

- “Niñas… ¿y si hoy vamos a ver una peli y después a un Mac Donalds?”

- “No papi, queremos ver más semana santa” – fue su respuesta al unísono

Más tarde caí en la cuenta… precisamente con siete palabras mis pequeñas habían desbaratado la tentación consumista y globalizadora, para desafiando a la lluvia incluso, volver a hacer lo que solo esa tarde no se podría hacer en ningún otro lugar del mundo.

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